La gente guardaba su dinero para comprar monedas de oro, y cuando eran ya suficientes para llenar una olla de barro, compraban el recipiente, lo llenaban con las monedas, luego lo sellaban y luego lo enterraban en sus respectivos jardines, en algún lugar secreto.
Una vez al año, desenterraban los recipientes, abrían los sellos, verificaban sus monedas de oro, y luego vuelta a precintar los mismos y a enterrararlos nuevamente, en otro lugar secreto del jardín.
Un día el Mullah, ya con conocimiento de esta práctica, cruzó la plaza repleta de gente con una olla de barro, y a la vista de todos, llenó la olla con piedras, cavó un agujero en el centro de la carretera y la empezó a enterrar.
-Nasrudín, esa no es la forma correcta, le interrumpía la gente. Se supone que debes llenar la olla con oro, no con piedras.
-Queridos amigos, rió Nasrudin, siempre y cuando no se vaya a gastar, ¿qué diferencia hace llenarla con monedas de oro o con piedras?
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